Texto de Mario Castro Cobos
Cine. De bocas, de dientes, de lenguas, de labios. Sonidos salidos de formas humanas que se articulan en palabras emergiendo unas tras otras, entretejiéndose para ser, o eso deberían -¿sí, pero, en qué mundo?- portadores plenos de sentido. El registro tan cercano (como de ícono o de oráculo pero en clave cómico/irónica) de la serie veloz de movimientos musculares de la cavidad bucal evoca fácilmente monstruos infantiles y autómatas, y compone, al mismo tiempo, un paisaje sensorial impresionante; acaso también un tanto asqueante, pero absolutamente divertido. Planos que abstraen pero que no pueden ser más materialistas. (Esa ‘distracción’ en la fuente sonora es por supuesto un discurso en sí mismo.) ¿Cuál es el sentido (la explicación, el misterio) de un organismo viviente que emite con tanta insistencia palabras sin sentido? Ojo atraído por la boca, sí: la boca-caja-de-palabras, la boca-abismo, la boca-ano, la boca-vagina, la boca-puerta, la boca-ventana de la mente o del alma o como se llame eso que sale de las profundidades de esa masa de carne y sangre… Uno quisiera huir de cada una si estuvieran solo un poco más cerca de uno, o solo un poco más de tiempo cerca de uno… Las bocas deben ser tan importantes para Perut y Osnovikoff como las manos para Bresson.
La sonrisa más la risa son, entonces, una liberación, un disparador/respirador ético y estético. No me canso de cada boca y cada cara y cada cuerpo emisor de mensajes de seres perdidos ‘en el espacio periodístico de lo real’ y lo que veo es lucidez, más bien que crueldad, al presentarlos así. Fascinación por esas carnes animadas y arrugadas y desnudadas en su irritante o casi tierna orfandad ontológica. Me refiero sobre todo a La muerte de Pinochet (2011) pero puede ser también el caso de un boxeador que se cree (con faz de pasa y dimensiones de enano) macho épico en su regreso triunfal (Martín Vargas de Chile, 2000), o un anciano voluminoso nacido para triunfar y que nuevamente volverá a triunfar, o quizás no (Un hombre aparte, 2002), o una gloriosa NY (la de Welcome to New York, 2006) rica en ratas y ridiculeces y tan vergonzosa y provinciana como cualquier ciudad…
El mono humano que es visto en el espejo desinhibido de sus algo más peludos parientes en cautiverio, unos mandriles de traseros y chillidos prominentes(Noticias, 2009), se merece estas palabras, que resumen el programa estético-filosófico de P+O a la perfección: “Alguien ha dicho que el hombre es, a los diez años, un animal; a los veinte, un loco; a los treinta, un fracasado; a los cuarenta, un farsante; y a los cincuenta, un criminal. Tal vez termine así porque nunca superó su naturaleza animal”. (El libro del té, de Okakura Uzo). Nada contra de los mandriles, por supuesto. La alergia militante contra el ‘humanismo kitsch’ (kitsch: negación absoluta de la mierda) no cede ante el engaño embellecedor, y eso pasa a muchos ojos como un flagrante acto de crueldad, manipulación, inhumanidad… casi violación de los monos humanos documentados… En vez de monumentalizar la miseria o usar la estética de cosmética, miremos con atención a este mono, que se creía ángel, hijo de Dios, pues necesita ser rigurosamente examinado; veamos qué tan estúpido, malvado e inconsciente puede ser: que otros erijan monumentos o nos reciten la tranquilizadora, simplificadora y autocompasiva lección aprendida de memoria.
Como para El astuto mono Pinochet contra los cerdos de la Moneda (2004), vemos que los niños recrean la historia en sus mentes y cuerpos que se convierten en un campo de experimentación de consecuencias imprevisibles; desacralizar, desplazar, resignificar con alegría el caos resulta revelador y hasta sanador. No encontrar una ansiada verdad única enoja por supuesto a muchos pero es ésta tal vez la única reconciliación posible: “Creemos que hacer cine de la realidad tiene una libertad que no está realizada. El cine desde su inicio tiene la promesa de la vida… y ese cine de la vida fue colonizado por cuestiones comerciales, por el cine de la representación teatral, el teatro se tomó al cine hasta el día de hoy (…) El alma del cine está en el cine de la realidad y no en el cine de actores…” (Iván Osnovikoff).