¿Quién dijo que la verdad no ofende? La experiencia indica más bien lo contrario, como bien saben algunos periodistas. Más acertada suena una vieja canción de Luis Alberto Spinetta que dice: “La verdad es lo más intranquilo”. La verdad como un concepto cambiante en sí mismo y como causante de ebullición. Hay verdades ocultas que sólo se pueden adivinar, y el acto de sacarlas a la luz provoca crispación, tensiones; todo lo contrario de la tranquilidad.

Desde hace una década, en Chile, Bettina Perut (1970) e Iván Osnovikoff (1966) se dedican precisamente a eso. Implacables, se plantan frente a una situación dada y descorren velos, máscaras o simplemente sostienen la mirada, hasta encontrar una realidad poco o nada agradable. Es fácil entender que sus películas provoquen sobresaltos; a menudo iluminan contradicciones, paradojas peligrosamente cercanas, y encuentran humor en situaciones de un patetismo que genera risas nerviosas.

El cine de Perut + Osnovikoff se especializa en practicar esa operación, en general sin que nadie lo pida. En esto difiere radicalmente del cine chileno de los ‘70, del aliento revisionista que guiaba los esfuerzos de Patricio Guzmán, Pedro Chaskel o Miguel Littín. Aquellos films, sobre todo los documentales, cuestionaban el orden dado con un horizonte ideológico, destruían para construir. En cambio, Perut + Osnovikoff no proponen una opción: si la hay, no la vamos a encontrar en sus películas. Esto le confiere a su operación una suerte de gratuidad, y algunos hasta verán en ella crueldad.

Pero lo cruel no está en la mirada sino en lo que ésta registra: lo que no vemos pero está ahí y existe, cuestionándolo todo. Somos nosotros los que no queremos mirar.

En sus primeras películas, Perut + Osnovikoff conseguían este efecto trabajando con rigor inusual formas tradicionales del documental: el retrato de un empresario, por ejemplo, lo despoja de los atributos que él mismo se asigna, para revelar su megalomanía y su fracaso. Uno no puede evitar preguntarse cómo lo logran, y qué habrán dicho estas personas al verse así en la pantalla. El caso de Un hombre aparte, que de esa película hablamos, disparó en Chile una discusión encarnizada sobre lo que podía y no podía hacerse en un documental. Todo por la presencia de imágenes sin retoque alguno, feroz antítesis de la representación habitual, que mezcla condescendencia y autobombo.

En años recientes, la pareja se ha ido animando a procedimientos más complejos, alejándose de la noción clásica de documental –un término que quizá les quede chico– pero manteniendo su búsqueda del pelo en la leche. El resultado, como puede verse en El astuto mono Pinochet contra La Moneda de los cerdos, no es menos provocador. Ahí circulan relatos que hablan de una verdad difícil de admitir: una parte importante de la población chilena sigue justificando la dictadura.

En estas películas, así como en su última Noticias el dúo es la prueba contundente de que algo está cambiando en el panorama trasandino. Un nuevo cine está surgiendo; joven, irrespetuoso y con cosas para decir, o, mejor aún, mostrar.

Fernando Chiappussi